jueves, 16 de febrero de 2017

Melodías de la Sangre II Capítulo 1

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Melodía Nº 1 Bondad y Crueldad

 Caleb era libre de nuevo. La casa había ardido hasta los cimientos y no quedó nada más que el polvo de Jerry, que sacrificando su vida para salvarlo, se había quemado junto a Jacob. Por suerte, el resto de muchachos había logrado huir, y seguramente ya conocían el desenlace, finalmente estaba Phil, que corrió cobardemente salvando su vida, una vida que algún día Caleb se cobraría a cambio de la de Jerry. Apenas habían pasado unas horas de los sucesos, el cielo estaba oscuro y encapotado, anunciando una buena jarreada. En aquel momento Caleb no sabía qué hacer o dónde ir, no había ningún lugar para él. Después de haber pasado los últimos años en la casa de Tom, y de haber trabajando en el puerto, no tenía tampoco a quien acudir, pues aunque encontrase a alguno de los muchachos con los que convivió, su situación sería exactamente la misma.
Suaves gotas comenzaron a caer llevándole a refugiarse bajo un gran balcón. Sin darse apenas cuenta, se había adentrado en una zona pudiente, estaba tan absorto en sus pensamientos que no se fijó en la falta de mugre, basura y desperdicios a los que ya estaba acostumbrado a encontrarse en cada calle de las zonas en las que siempre había vivido. Allí donde se encontraba había jardines, flores y edificios coronados por bellas figuras que parecían vigilar todo lo que ocurría a sus pies.
«Esperaré a que deje de llover y después pensaré en algo». Decidió con cansancio.
Necesitaba encontrar un trabajo, cualquiera estaría bien, aunque por el momento intentaría evitar los muelles a toda costa, y es que por muy horrible que hubiera sido Jacob, contaba con amigos a los que seguramente no les habría gustado lo ocurrido.
Mientras estaba allí sentado, algunas personas pasaban junto a él intentando huir de la lluvia. Se fijó observando sin ningún disimulo en sus expresiones al percatarse de su presencia; algunos lo miraban fugazmente con cierta pena, otros con indiferencia y, una aplastante mayoría con repugnancia y asco. Ellos se creían por encima de todo y de todos solo por tener los bolsillos a rebosar de dinero, y encontrarse un muchacho de apenas dieciséis años sucio y con el rostro desafiante en su territorio, no les gustaba. Caleb supo que alguno de aquellos individuos se lo notificaría a la policía, por lo que unos minutos después decidió moverse sin importar que la lluvia le calase hasta los huesos. De echo, aquello tuvo el efecto contrario, pues casi le parecía que el agua no solo se llevaba la suciedad de su cuerpo, sino que también la de su alma.
Entró por una calle que le pareció desierta, la mayoría de tiendas aún estaban cerradas por ser aún pronto, pero una fuerte luz amarillenta le llamó como si fuera un pequeño insecto incapaz de luchar contra su instinto más básico. Se paró frente al enorme cristal observando lo que guardaba; decenas de gruesos libros llenos de adornos llamativos y atrayentes títulos. La cara sonriente de Jerry se dibujó en su mente. Alzó un poco la mirada y se vio reflejado allí. Empapado hasta no sentir ni un centímetro de todo su ser, a salvo de la humedad. Su pelo estaba más largo de lo que recordaba y el agua caía por las afiladas puntas, también por su cara... una cara diferente, algo oscuro había aparecido en sus ojos negros, y fue como ver de repente a una persona completamente diferente, alguien ajeno al que nunca había visto.
¿Era posible cambiar tanto en unas pocas horas?
—Oye jovencito —escuchó una voz suave que por poco desapareció con el tintineo de una campana—. No deberías estar ahí parado.
—Disculpe —se apresuró a decir intentando no molestar. Se dio la vuelta dispuesto a desaparecer.
—No me refería a que te fueras —Caleb le miró y el anciano sonrió—. Te estaba invitando a entrar y tomar algo caliente.
Por un segundo no se fió. Si la gente de los barrios bajos era peligrosa, la de los altos lo era aún más. Tal vez por la incultura o la vida llevada, los pobres marginales no solían tramar las cosas ni planearlas, actuaban normalmente sin pensar, pero en aquellos lugares lujosos... las cosas eran diferentes. Él había escuchado muchas historias sobre muertes misteriosas, venenos, traiciones... Pero el frío y el hambre vencieron obligándole a dar varios pasos hasta la puerta.
—No me imagino qué te ha podido traer aquí muchahito —dijo sirviendo dos tazas de té sobre el brillante mostrador—, pero me resulta inquietante pensar que has huido de donde estabas.
Sí, en un primer vistazo parecía un anciano entrañable cuya cabeza no parecía funcionar a la perfección, pero en su frase había mucho más de lo que se escuchaba en un primer momento. Caleb supo que era un hombre inteligente y cuidadosamente cultivado. ¿Cómo no? Tenía una librería, estaba rodeado de manuscritos que seguramente guardaban cosas de las que él jamás había escuchado o incluso, llegado a imaginar.
—¿Sabes leer? —preguntó con curiosidad al ver como Caleb observaba un libro que descansaba cerca de él.
—Una persona me estaba enseñando.
—Entonces seguro que era una buena persona —soltó repentinamente con un pequeño suspiro. Después continuó—. Ver que hablas en pasado me indica que esa persona ya no está. Lo lamento.
Caleb guardó silencio, no quería hablar de lo sucedido la noche anterior, menos aún contárselo a un extraño. El anciano respetó su postura, desapareció por una puerta dejándole solo para curiosear un poco todo cuanto le rodeaba y volvió minutos después con una brillante bandeja de plata en la que se amontonaban elegantemente diferentes pastas.
—¿Tienes padres? —continuó interrogando inocentemente.
—...No —su respuesta tardó más de lo normal en salir.
Su madre intentó matarle años atrás, por lo que jamás podría volver con ella, y su padre... a saber cual de los hombres que la violó fue el que la dejó preñada, era algo que nunca descubriría.
—La vida es muy dura en estos tiempos —comentó el hombre—, muchos chicos de tu edad se ven obligados a sobrevivir solos. Y después mis vecinos se quejan de que les roban por las calles... ¡Qué necios! —rio mientras negaba con la cabeza.
Definitivamente no parecía el típico hombre rico, sin embargo lo era. Caleb sabía que la educación y los modales solo se enseñaban a hijos de alto estatus, y ahí estaba aquel viejo hombre criticando a sus iguales.
—¿Cómo te llamas?
—Caleb.
—Muy bien, Caleb —le tendió la mano arrugada que temblaba suavemente—. Me llamo Jones.
Aceptó su mano, un pequeño gesto que le hizo sentir bien, que le hizo sentir en la misma posición que él.
—Dime Caleb, ¿tienes algún plan?
—No sé a lo que se refiere, señor.
—No seas tan correcto, llámame Jones. Verás... mi hija no quiere ocuparse del negocio, lo ve una tontería —se quedó pensativo unos segundos—. Emily está demasiado volcada en encontrar un marido, y no cree que este sitio deba existir. No te voy a mentir —añadió oscureciendo su mirada—, no vivimos de esto, mi familia tiene más de lo que vaya a gastar en muchas generaciones, pero supongo que soy un tipo raro.
Caleb le observó pensando en sus palabras. Desde luego que no le veía como a los otros egocéntricos adinerados que solamente se preocupaban por asistir a fiestas, caer bien y subir es la escala social. Era notorio que aquel hombre tenía otras prioridades aparte del poder adquisitivo.
—Si te interesa, estaba buscando a alguien que me ayudase en la tienda. Me hago viejo y ya no puedo moverme como hace unos años. Claro que vas a tener que esforzarte mucho y aprender a leer correctamente, también a escribir.
—No lo...
Sorprendido, no supo cómo acabar la frase. ¿Un golpe de suerte? ¿Podía volver a fiarse de alguien? En el fondo no quería volver a confiar, porque aquello traía el riesgo de la pérdida y el dolor... sin mencionar la traición. Pero el niño que vivía en el fondo de su ser quería quedarse allí, aprender y convertirse en alguien inteligente, pues la inteligencia al final era lo que daba el verdadero poder a un hombre, y no la fuerza bruta.
—No deberías de pensar tanto, simplemente sigue lo que te dicta el corazón —leyó su expresión y las dudas que se agolpaban en su cabeza—. Creo que eres un chico interesante. Tienes curiosidad y eres listo Caleb.
—Ha sido repentino —admitió dando el último sorbo de la elegante taza de Té, cuyos adornos parecían absorberle—. Estoy confuso.
—Entonces, quédate unos días y prueba, si estás a gusto te invito a quedarte. Tendrás una cómoda cama esperándote y la compañía de un viejo que disfruta charlando.
Sí, probar no haría daño a nadie, así que lo haría. De todas formas tampoco tenía dónde ir ni nada que llevarse a la boca... si para tener un techo y un plato caliente solo tenía que ayudarle en la tienda y aprender, adelante.

Aquel mismo día y a primera hora, Jones le llevó a una de las calles cercanas, las tiendas comenzaban a abrir y aún los clientes no habían salido a la calle, un poco de soledad les ayudaría a no llamar demasiado la atención.
—¿Es necesario? —preguntó Caleb con una mueca.
—Completamente.
—No tengo dinero para pagar nada.
—Entonces tómalo como un adelanto de tu primer sueldo. No puedes andar por estas calles vestido con harapos y lleno de suciedad, eso nos traería problemas a los dos —dejó de prestarle atención y se centró en el tendero, que con una sonrisa de oreja a oreja por las ventas que acababa de hacer, se deshacía en halagos hacia ambos.
—¿Algo más señor?
—Sí, lleva todo a la casa. Dile al ama de llaves que se ocupe de que cuando llegue estén los modistos para coger medidas.
—Por supuesto, enseguida mando a mis chicos.
Con un gesto de cabeza se despidió del corpulento vendedor de telas y se llevó a Caleb a otro lugar cerca de allí.
—Vamos a arreglarte un poco —comentó empujándole con suavidad al interior de una barbería—. Buenos días Alfred.
—Jones, qué sorpresa —con dos grandes zancadas se posicionó frente a ellos, definitivamente era el hombre más grande que había visto Caleb, mucho más incluso que el propio Jacob.
La mano de aquel barbero tenía el diámetro de su cabeza, supo al verla que no le resultaría difícil partírsela con un simple agarre. Y sin poder pensar más ni analizar al desconocido, a su oído llegó como un zumbido una rápida conversación sobre él en la que no tuvo ni voz ni voto. Le lavaría y le arreglaría el pelo, también le prestaría algo de ropa que solía tener para los ayudantes, nada elegante claro, pero sí eran prendas limpias sin agujeros ni roturas.
—Admito que estoy completamente sorprendido —expresó Jones con las cejas enarcadas. Cómodamente sentado en la silla más lujosa del lugar, observaba con atención.
La expresión seria y fría de Caleb mostraba la distancia que intentaba mantener con todas las personas que le rodeaban. Era un muchacho muy atractivo y en un primer vistazo resultaba evidente que era inteligente incluso sin haber aprendido nada. Su pelo de un llamativo color negro azulado atraía más la atención ahora que estaba limpio y reluciente. El barbero se lo había cortado justo en la medida que estaba de moda entre los hombres importantes para agarrarlo con un elegante lazo. Tenía porte, de eso no cabía ninguna duda, y Jones pensó en aquel momento que de haber tenido un hijo, habría deseado que fuera como él.
Caleb no era perfecto ni mucho menos, Jones era consciente de que tendrían que trabajar mucho para convertirle en un hombre decente de provecho... y con sus pensamientos se dio cuenta de que aquel pobre muchacho de los barrios bajos acababa de robarle el corazón. Era débil, en seguida le enternecía la gente, y veía en Caleb un gran potencial, más bien gigantesco... para que acabara siendo alguien muy importante. Volvieron a la tienda y entraron para pasar el resto de la mañana. Como Jones tenía que atender a la clientela, Caleb se sentó cerca observando al hombre, era la primera vez que veía a alguien tan educado. Vigiló sus gestos y escuchó con atención sus palabras, aquello estaba siendo como una clase magistral de modales en la que él absorbía absolutamente todo.
—Después de comer comenzaremos a leer un poco —comentó colocando unos libros en su sitio tras despedir a un cliente—. No te preocupes, será algo muy fácil. Una lectura para niños será adecuada para que te acostumbres.
Caleb asintió, no se ofendió por empezar con cuentos infantiles. No era algo de lo que avergonzarse, todo lo contrario... él ya tenía un nivel superior a la de la mayoría de sus pobres y marginales iguales.
—Por lo que me has dicho ya conoces las letras y sabes como unir la mayoría, así que en unos días seguramente notarás agilidad en tu lectura.
—Estoy agradecido —murmuró.
Jones sonrió en respuesta a sus palabras y le apremió a cerrar la tienda, se acercaba la hora de comer y seguramente la mesa ya estaría puesta.
A unas calles de distancia, Caleb se encontró frente a una majestuosa casa de color blanco y de varios pisos de altura. Una verja negra rodeaba el lugar guardando un bonito y cuidado jardín. El edificio daba la vuelta a la calle dejándole percibir que sería enorme.
—Acompáñame —sonrió Jones—, pues ahora también es tu casa.
Aquella pequeña frase sin mucha importancia quiso encender algo en su interior, pero no se lo permitió a sí mismo... no quería volver a sentirse como un desperdicio, como si no hubiera nada para él. Su desconfianza en todo, ahora le llevaba a caminar con pies de plomo. Serio y con la mirada fría, pasó junto a Jones hasta entrar en la gigantesca mansión. Todo allí brillaba con un tono especial, delicadeza por todos lados, cosas hermosas que guardarían maravillosas historias... y una mirada de molestia que se clavó en Caleb en cuanto puso un pie en la entrada.
—Emily querida —se apresuró Jones a coger la mano de su hija—, ven a conocer a Caleb.
—Me gustaría saber que hacé una inmunda rata en casa —sin cortarse, se llevó un pañuelo de color blanco impoluto a la nariz—. ¿Te has vuelto loco, padre?
—No seas descortés querida —pidió en un ruego—. No la malinterpretes Caleb...
—En absoluto —le cortó, pues creía que el hombre no tenía porqué disculparse.
La muchacha de diecinueve años era un ángel en aspecto. Hermosa, delicada, de ojos azules y grandes pestañas... pero si algo sabía hacer Caleb, era ver más allá del aspecto de una persona, y por dentro Emily era todo lo contrario a su belleza exterior. No la culparía, entendía que era un extraño. Sin embargo, ¿cómo iba a negarse él a una cama y a un plato de comida? Merecería la pena escuchar con oídos sordos sus palabras descorteses que al fin y al cabo, no le herirían.
♫♫♫
Pasaron varios días, los modistos iban y venían confeccionando bonitos y elegantes trajes nuevos para Caleb, que aunque agradecido, no había cambiado su actitud. Jones siempre estaba cerca de él y se lo llevaba a la tienda mientras Emily acudía a reuniones sociales y fiestas de la alta sociedad. Le estaba enseñando cosas con las que jamás llegó a imaginar, absorbía cada palabra que escuchaba como una esponja hambrienta.
Los días se transformaron pronto en semanas, y las semanas en meses. Y un día de pronto, Jones comenzó a enfermar. Su tos se volvía aguda por momentos, su cansancio le entorpecía y Emily no ayudaba en absolutamente nada, se pasaba el día comentando que Caleb le había pegado alguna enfermedad de «pobre» que le acabaría matando. Una tarde, después de la visita del médico, un hombre serio y de aspecto impecable llegó a la casa. Caleb estaba sentado en una mesa que había en el pasillo leyendo un par de libros a petición de Jones. Cuando el recién llegado entró cerrando la puerta tras él, Caleb vio que Emily estaba de pies a unos metros, observando lo que acababa de ocurrir con una molestia demasiado clara en el rostro.
—En cuanto tenga todo volveré Jones —despegó los ojos del libro para ver al hombre salir—. Tardaré lo menos posible...
Cerró la puerta y miró a Caleb detenidamente, tomándose más tiempo del necesario o del estipulado en el protocolo de corrección, no le molestó, le respondió de igual modo. Finalmente el hombre asintió despidiéndose cortésmente mientras Emily volvía a observar todo, quedándole claro lo que acababa de ocurrir. Aquel hombre siempre había llevado los papeles más importantes de su padre, los negocios en el exterior y las cuentas a rebosar del dinero que no solía gastar. Ella llevaba demasiado tiempo esperando a que Jones muriera, ahora se daba cuenta de que él, la rata de tercera clase salida de una cloaca, se iba a convertir en un nuevo heredero... No, jamás lo permitiría. Alguien de su estatus no lo merecía, había nacido en la inmundicia, por lo tanto debía morir en el mismo lugar. ¿Cómo iba a permitir ella, que un desconocido que apenas llevaban un par de meses allí se quedara con nada más que los desperdicios que no necesitaba nadie?
En contra del pronóstico del doctor, Jones no pasó de aquella noche. Murió con tanta rapidez que absolutamente nadie se entero hasta que la ama de llaves entró a ver cómo se encontraba.
«Demasiado rápido...» susurraron los empleados de la casa aventurándose a hacer suposiciones. Todos conocían la llegada del hombre el día anterior, Jones no había tenido tiempo de firmar un nuevo testamento, lo cual hacía sospechar que su muerte había sido acelerada. Por miedo, todos callaron, la nueva señora de la casa no sería indulgente, no tendría bondad ni les haría la vida fácil, extrañarían enormemente al viejo Jones, y aún no sabían hasta qué punto.
Caleb sintió la muerte del hombre que le tendió la mano, y ahí estaba la razón para haber mantenido la distancia con él... sabía que volvería a sufrir la pérdida de otra persona. Por un momento pensó que estaba maldito, y que aquella maldición afectaba a los que intentaban ayudarle, pues si no era así... ¿Por qué todos acababan muertos? ¿Asesinados?
No tardó más que unas horas en reaccionar, fue a su habitación y recogió un par de cosas mientras pensaba dónde iría, antes de poder guardar un libro, la puerta se abrió con suavidad.
—Caleb... ¿Vas a algún lugar? —Emily se quedó en la puerta con los ojos clavados en él.
—Supuse que no me querrías en tu casa —su respuesta fría provocó que la joven dama enarcase las cejas con molestia.
—¿No vas a llorar a mi padre después de todo lo que ha hecho por ti? Al fin y al cabo ha convertido un monstruo en príncipe, ¿no crees?
Se paró frente a ella, mirándola como si nada de lo que estuviese diciendo llegase a él. Aquello la irritaba enormemente, pero sabía cómo era Caleb.
—Además, creo que tienes una buena deuda con mi familia... conmigo —añadió alzando un poco la voz para después fruncir los labios y mirarle de arriba a abajo—. ¿O es que piensas que lo que llevas puesto son harapos?
—Entonces trabajaré para pagar mi deuda y...
—No será necesario, ya se ha ocupado alguien de eso —le cortó con un gesto de mano—. Ahora le debes el dinero al Conde.
¿Qué Conde? En Londres había unos cuantos.
—Creo que me dijo que una vez te vio con mi padre, quien os presentó cortésmente... le causaste una muy buena impresión. Admirable.
La mandíbula de Caleb se apretó levemente ante el tono descortés de su voz. Sin embargo, con lo que le acababa de decir se sintió con las manos atadas, tenía una deuda con alguien a quien ni recordaba haber conocido.
—Vendrán esta tarde a por ti... prepara tus cosas. Preferiría que no quedara nada tuyo en la casa.
Soltó un suspiro cuando la puerta se cerró. Solo quedaba esperar a que vinieran a por él.
♫♫♫
Por la tarde comenzó a llover, Caleb miraba a través de la ventana de su habitación esperando a que el carruaje que llegaría en su busca parase, no pasó mucho tiempo hasta que aquello ocurrió. Ostentoso hasta el límite, la carroza brillaba con adornos dorados y los caballos de tamaño descomunal parecían sacados del mismísimo infierno. Emily no tardó en ir en su busca personalmente, estaba deseando deshacerse de él y nadie iba a quitarle el placer de verle salir por la puerta.
—Espero que la vida te depare cosas buenas Caleb —su voz se volvió dulce por primera vez, pero en sus ojos vio una oscuridad que estuvo a punto de devorarle allí mismo—. Ojalá... volvamos a vernos.
No le gustó aquella despedida, incluso llegó a ponerle los pelos de punta... Cierto es que nunca había sido tonto, pero en los meses que había pasado junto a Jones, había evolucionado, había aprendido y ya pocas cosas se escaparían a su percepción. Y el comportamiento de Emily puso en marcha todas sus alarmas.
Un hombre de pelo blanco y aspecto hosco le abrió la pequeña puerta del carruaje para que entrase, colocó su maleta en un lugar seguro y subió para dirigir a los caballos hasta su destino final. Ni una palabra, ni una mirada.
Por el camino se dio cuenta de que estaba un poco preocupado, no había tenido tiempo de asimilar casi nada, aquel día había sido completamente caótico. De pronto Jones había muerto y Emily le acusaba de tener una deuda con ella por los gastos que había provocado. Su deuda la había pagado un hombre al que simplemente llamaban el Conde y que le presentaron tiempo atrás. Sin embargo, ni le sonaba ni le recordaba, y la memoria de Caleb estaba ya muy por encima de la de muchos.
Absolutamente nada tenía sentido...
Salieron de la ciudad sin que se diera cuenta, estaba tan volcado en sus pensamientos que no se fijó en el color verde del exterior, y el aguacero que caía en aquel momento tampoco facilitaba la visión de nada. Entonces pararon de forma brusca y Caleb chocó contra la maleta que descansaba tranquilamente en el asiento de enfrente. El conductor abrió la puerta de golpe y extendió un brazo como si fuese un pájaro dispuesto a dar alojo bajo su capa, pero Caleb rehusó con un gesto y salió para sentir el agua caer sobre todo su cuerpo. Esperaba que aquello le despertase de su atontamiento.

La mansión era tres veces más grande que la de Jones, aunque tampoco era algo inusual, pues las casas de las afueras, pertenecientes a hombres con títulos, tenían aquella característica. Los campos de los alrededores, hasta donde llegaba la vista, estaban sembrados y había algunos pequeños edificios en los que seguramente habría animales y empleados.
Nada más abrirse la puerta el olor del lujo llegó hasta Caleb.
—Bienvenido.
Nada más entrar al interior, se encontró con un hombre erguido frente a la puerta, con posición dominante y semblante tranquilo. No era tan mayor como había esperado, apenas rozaría los cuarenta y se conservaba bien, con evidentes signos de no haber realizado trabajos físicos en toda su vida. Aunque muchos señores de las afueras tenían también riquezas y títulos, sus pieles estaba curtidas, la de aquel individuo no.
Tenía los ojos de color negro, un color oscuro que brillaba con la suave luz que le alumbraba. Era físicamente fuerte en comparación con muchos otros que tiraban más a enclenques o robustos por pasarse el día engullendo sin mover un dedo.
Sí, definitivamente era un hombre elegante con porte que sabría hacerse notar en cualquier lugar. Pero tras observarle, Caleb se reafirmó en sus pensamientos, estaba seguro de no haberle visto nunca, habría recordado a un hombre tan imponente sin importar qué.
—Buenas tardes —saludó Caleb de forma cortés y sin sonreír—. Tengo entendido que nos habían presentado, pero creo que no es correcto.
—Así es —respondió apartándose a un lado invitando a Caleb con un gesto a seguirle por un pasillo—. Parece que nuestra pequeña Emily ha confundido las cosas.
Una habitación grande y llena de extraños objetos apareció ante ellos. Caleb miró en todas direcciones y descubrió que el hombre viajaba de forma continua, pues todos los objetos expuestos en aquel lugar pertenecían a diferentes países y culturas. Ocuparon dos grandes sillones junto al fuego y uno de los mayordomos se apresuró en traer dos copas llenadas generosamente para ambos. Caleb no bebía nunca, pero Jones le había enseñado que para la alta sociedad era una ofensa rechazar una invitación. Tomaron varios sorbos sin decir una palabra, mirándose el uno a otro y analizándose. Algo había en aquel hombre que no le gustaba a Caleb, la fuerza de su mirada alumbrada con el potente fuego resultaba ser demasiado intensa, hasta el punto de provocar la aparición de un pequeño y atípico nudo en el estómago del recién llegado.
—Os vi en varias ocasiones —soltó de pronto tras los incómodos minutos de silencio—. Suelo ir a la ciudad para ocuparme de negocios y reuniones. Me pareció que eras un chico bastante... fiel —añadió.
—Jones era un buen hombre.
—Así es, estoy completamente de acuerdo. Emily me ha contado lo sucedido, es una auténtica tragedia —no había que ser muy inteligente para leer en su expresión que acababa de mentir. La muerte del viejo Jones no significaba nada para él—. Pensé que era un desperdicio dejar a un joven con tanto potencial en las sombras.
Clavo los ojos dudando en si sería correcto preguntar cual sería su papel allí, pero el Conde simplemente levantó la copa alargando los finos labios en una sonrisa y tomó un largo sorbo para después relamerse complacido.
—Ya te han preparado una habitación, ha sido un día largo y sospecho que estarás agotado. Ve a descansar, mañana continuaremos la conversación. ¡André!
El mismo mayordomo que les atendió con la bebida apareció de las sombras para llevarse a Caleb de forma cortés escaleras arriba. Cuando salieron de la estancia cerrando la puerta tras ellos, otra colocada en uno de los laterales se abrió para dejar entrar a otro hombre de unos veintitantos años, bien vestido y sonriente.
—Ha sido una completa sorpresa —canturreó dejándose caer sobre el sillón que segundos antes había ocupado Caleb.
—Ya te lo había dicho.
—Pensaba que exagerabas. Es lo mejor que has traído, nunca —puntualizó alzando un dedo—. Va a ser... interesante y maravilloso.
—Ah... desde luego que sí. Nos aseguraremos de que así sea.
Caleb se despertó antes del amanecer, incluso antes de que el gallo abriese los ojos. Se quedó un momento mirando el techo de color blanco reluciente de su nueva habitación. No había dormido tan mal en mucho tiempo. Aquel sitio no le gustaba, no se sentía cómodo, pero tampoco tenía otra opción. Pensó en aquel momento, que tal vez podría llegar a algún acuerdo con el Conde respecto a su situación, y es que ni siquiera le habían informado de su «deuda».
Se reunió con el señor de la casa en el desayuno. Con un cordial saludo se sentó en el lugar que le indicaron y se tomó el Té sin hacer un solo ruido, esperando pacientemente a que el Conde hablase.
—Bien, supongo que te gustaría conocer el que será tu cometido desde hoy —Caleb levantó la mirada y asintió—. Por el momento serás mi ayudante. No te preocupes, tus tareas serán sencillas y básicas... ¿Sabes leer y escribir? —volvió a asentir— Suficiente, te ocuparás de mis papeles, ordenar, pasar a limpio cuentas y poco más.
—Me esforzaré en ser eficiente —murmuró volviendo a pegar la vista en la elegante taza que sostenía.
—No me cabe la menor duda. De momento puedes aprovechar la mañana como te plazca, tengo que ir a Londres. Empezaremos esta tarde.
El Conde se levantó para acercarse al mayordomo y coger un grueso abrigo. Después fue directo a la entrada, donde el chófer de pelo blanco le esperaba. En cuanto se quedó solo, soltó un suave suspiro, como si por fin se librase de una carga invisible que le dificultaba respirar. Tenía dieciséis años, pero ya era capaz de diferenciar sus propios estados y lo que su mente intentaba decirle.
—Disculpe... —entró a la cocina y una mujer de aspecto bonachón se quedó paralizada al verle traer las piezas de vajilla que había usado para desayunar.
—Eres el nuevo... —se acercó para ayudarle— No eres más que un muchacho. ¿Cuántos años tienes?
—Dieciséis, señora.
—Tienes la edad de mi hijo —murmuró con un intenso brillo en la mirada—. Yo me... yo me ocuparé, vete por favor.
Antes de salir por la puerta se giró para ver a la mujer, de un momento a otro se había alterado, estaba claramente consternada e incluso Caleb tuvo la sensación durante los segundos en los que se miraron en silencio, que la mujer quiso decirle algo. Vio como ponía los platos y la taza en la pila de agua, las manos le temblaban.
♫♫♫
El segundo sábado llegó tan pronto que Caleb no se dio ni cuenta. Había estado completamente volcado en sus nuevas tareas para mantener la cabeza ocupada, pues desde que había llegado a aquella mansión una semana y media atrás, su mente estaba demasiado extraña e incontrolable, llegando a provocar siniestros sueños que le causaban un sudor frío e incómodo.
Aquel día la lluvia volvía a reinar sobre ellos cayendo con fuerza y levantando los olores fuertes de la tierra mojada. El aire comenzaba a correr frío ante la aproximación del feroz invierno, y los invitados comenzaron a llegar después de la hora de comer. Un pequeño grupo de cuatro hombres charlaba en el salón principal entre risas, copas a rebosar y un caliente fuego abrazándoles. Caleb, como empleado, se mantenía a la distancia correcta sin llamar la atención, sin embargo, no parecía lograrlo, pues podía darse perfecta cuenta de las miradas furtivas hacia él y perfiles sonrientes que le hicieron entornar la mirada en más de una ocasión. A Petición del Conde, fue a la cocina para ver qué tal iba la preparación de la cena. Encontró a Angy más nerviosa que de costumbre. La ayudó cuando dejó caer un plato y un par de copas que acababa de limpiar, sus manos llenas de duros cayos volvían a temblar con intensidad y sus ojos brillaban con un velo de tristeza.
—¿Se encuentra bien?
—Sí... —pareció atragantarse con aquellas dos letras. Carraspeó y soltó un suspiro—. Lo siento Caleb.
Le dio unas palmaditas y se ocupó de recoger los fragmentos, con el temblor de la mujer seguramente acabaría cortándose las manos y, tenerlas todo el día en agua sucia acabaría provocando alguna infección en la bonachona mujer. Cuando al fin se quedó nuevamente sola, Angy se apoyó en la robusta mesa de madera en la que preparaba la comida. Las manos no eran lo único que temblaba, todo su cuerpo tiritaba irremediablemente. Apretó los puños y acalló su voz. No podía, no debía hablar, o el Conde...

Entre las nubes y el paso del tiempo, el exterior se sumió pronto en una oscuridad siniestra y aterradora. A medida que el viento soplaba, traía consigo nubes más cargadas que estaban a punto de estallar con un estruendo que haría rebotar las paredes de dura piedra. Nada más servir la cena a los invitados, Caleb se excusó y se retiró alegando migraña. Aunque aún era pronto, se metió en la cama sintiéndose cansado, su cuerpo se quejaba como si hubiera hecho un exceso físico, pero en realidad se debía a la tensión sufrida por los músculos, ni se había percatado de lo tenso que había estado hasta que se relajó. El silencio en plena noche se quebró por completo con un repentino estruendo. Las nubes comenzaron a desempeñar su cometido con truenos que iluminaban centelleantes toda la casa. Caleb se revolvió en la cama sin llegar a despertarse hasta que un fuerte tirón lo trajo a la realidad.
—¡¿Qué ocurre?! —gritó.
Un agarre se apoderó de uno de sus hombros, luego otro de la boca, siguió uno más apostándose en las piernas... ¿Qué diablos estaba pasando? Un nuevo estruendo rompió el cielo con una fuerte luz azulada y los vio... vio a todos aquellos individuos alrededor de su cama agarrándole para que no pudiera casi ni pestañear. El Conde estaba tranquilamente posicionado a los pies de la cama, con una sonrisa macabra en la cara y los brazos reposando a su espalda, estaba disfrutando completamente con aquel exquisito espectáculo. Aunque intentaba resistirse por todos los medios y con toda su fuerza, luchar contra los cuatro al mismo tiempo era imposible para él en aquel momento. La mayoría apenas le llevaban diez o quince años, y el más mayor era el que le acaba de traicionar.
No había procesado todo cuando su corazón dio un vuelco al sentir que le elevaban por los aires, ya con la boca bien tapada para que no despertase a todos los empleados, aunque aquello tampoco habría servido de mucho... interferir les acarrearía serios problemas, y todos lo sabían casi como si el Conde se lo hubiera grabado a fuego.
Caleb escuchaba risas y susurros que no pudo comprender al estar su atención centrada en intentar liberarse. Le llevaban hacia arriba por unas escaleras estrechas por las que él nunca había subido, en dirección a la torre que coronaba la casa y donde él sabía que no iba nadie por orden del Conde... ¿Le iban a matar? ¿Torturar? ¿A sacrificar, tal vez? No tenía sentido.
El golpe de una puerta abriéndose bruscamente le tensó sin aviso, después le lanzaron al suelo cayendo de bruces sin darle tiempo ni a coger oxígeno. Seguidamente sintió que alguien se apostaba sobre la parte baja de su espalda para agarrarle las manos y atarle.
—¡¿Qué estáis haciendo?! —gritó ya sin la mordaza acallando su voz.
—Pues quitándote la mordaza —respondió una voz desconocida para sus oídos—, no podremos escucharte gritar con ella puesta.
Varias risas resonaron tras la perturbadora revelación. Aquello no pintaba bien, ¡no pintaba absolutamente nada bien!
Una mano se pegó con una fuerza bestial en su nuca, entrelazando los dedos furiosos entre los mechones de pelo de Caleb. Le alzó la cabeza tanto como fue posible para observar su expresión furiosa.
—¿Pensabas que te traje solo para que arreglaras mis papeles? —murmuró el Conde con cierta decepción— En cuanto te vi con el viejo Jones supe lo que haría contigo muchacho. Emily allanó mi camino y acortó el tiempo cuando vino en busca de un veneno que matar a su padre, la única condición que le puse fue que te entregara. Te vendió, y haré buen uso de ti...
—Haremos —le corrigió uno de los hombres.
—Malditos sádicos —espetó Caleb revolviéndose—. Yo no tengo nada que ver con vuestras sectas...
Cometió un error imperdonable al creer que pertenecían a alguna oscura congregación, pero es que los últimos meses aquellas sociedades secretas se habían puesto de moda entre la alta sociedad. Qué confundido estaba... y qué tarde se dio cuenta de ello. No fue hasta aquel momento en el que una repugnante humedad cruzó por su cuello, que se dio cuenta realmente de lo que iba a ocurrir. No iba a ser un sacrificio humano, no iban a matarle o a desangrarle en honor de algún exótico y oscuro Dios, no... era su cuerpo lo único que deseaban.
—¿Os habéis vuelto locos? —su voz tembló por primera vez. Demasiado sorprendido, demasiado confuso...
—Oh sí, por ti pequeño —otro de los hombres se agachó para rozarle la tensa mejilla con un dedo. Un escalofrío le recorrió hasta los dedos de los pies.
—Seguro que te lo han dicho más de una vez —otra voz desconocida se alzó—. Eres atractivo, tu aire serio y frialdad son muy atrayentes. Eres la persona perfecta a la que doblegar, y eso causa un regocijo que no podemos evitar desear sentir.
Volvió a revolverse, está vez con desesperación. Comenzaba a sentir cosas nuevas que no le gustaban, sentimientos oscuros que le hacían sudar... Estaba recordando su infancia, el miedo y la tristeza provocados por su madre, algo que había logrado encerrar en lo más profundo de su corazón, y que ahora resurgía para atormentarlo.
Los rugidos de los rayos no lograron hacer desaparecer el sonido de su ropa rasgándose, tampoco los jadeos de impaciencia que parecían pegarse repulsivamente en su oído. Pronto sintió un escalofrío en la espalda que apartó de golpe todos sus pensamientos. Una mano le recorrió lentamente desde la nuca, bajando hasta la cintura del pantalón. Un tirón le levantó poniéndole casi de rodillas, estaba luchando fieramente para impedir que continuaran desvistiéndole. Sin embargo, eran cinco contra uno. Dos manos se aferraron a sus caderas, y la que aún sostenía el pantalón tiró para dejarlo de rodillas, unas temblorosas rodillas que apenas eran capaces de mantenerle. No podía ser, no podía estar pasando... Con la mejilla pegada en el suelo de fría piedra y lleno de mugrienta suciedad, comenzó a sentir la humedad de sus propias lágrimas, de esas lágrimas que se juró, no volvería a desatar nunca más. Pero aquella situación le superaba, lo superaba todo.
—Tan tierno... —comentó el Conde— Podemos presumir, y te incluyo Caleb, que es la primera vez que podemos disfrutar de algo tan bello y perfecto. Debes sentirte orgulloso de desatar la pasión de cualquiera.
—Totalmente de acuerdo —murmuraron otro par de voces en respuesta.
Estaban disfrutando de forma enfermiza con aquello; con la vista de su cuerpo y con el tacto de su piel. Todas aquellas manos sobre él comenzaban a provocar tirones en el estómago de Caleb, que deseaba soltar la cena de aquella horrible noche.
¿Sentirse orgulloso de aquello? ¡Jamás! Grabaría sus caras mentalmente con el fuego del infierno, algún día también se vengaría de ellos, y ocuparían los primeros puestos de su lista.

Mientras maldecía y pensaba en cómo llevaría a cabo su venganza, un profundo dolor le atravesó por completo haciéndole vaciar los pulmones por completo. Dolía horrores, jamás nada le había causado tanto dolor físico. Uno tras otro le fueron embistiendo hasta quedar completamente satisfechos mientras el cuerpo de Caleb seguía resistiéndose. Disfrutaron llenos de asombro, pues era la primera vez que alguno de los chicos que habían usado aguantaba tanto sin caer inconsciente.
Sentir el doloroso palpitar de cada músculo, las punzadas recorriéndole, las manos aún sobre él tocando con una delicadeza que le repugnaba... estaba venciéndole por completo. Quiso morir, dejar de existir en aquel momento, pero el olor de la lluvia y los rugidos persistentes de los truenos cayendo sobre la tierra le decían que seguía vivo, que seguiría estando vivo después de aquello. Cuando le soltaron, se deslizó lentamente hasta que todo su cuerpo sintió el frío de la roca sucia. Pudo escuchar perfectamente sus comentarios y risas por el agradable momento... entonces el Conde le soltó la cuerda que le aprisionaba las muñecas y los pasos que a continuación resonaron chocando contra las pareces le hizo sentir libre al fin.
—Descansa. Aún tienes mucho que darme —escuchó decir al Conde con alegría mientras se alejaba escaleras abajo.


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