jueves, 16 de febrero de 2017

Melodías de la Sangre II Prólogo

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Nota: Agradecimientos

A Patricia, de Breathe happiness, por ser mi lectora beta en esta novela, por disfrutarla, por ayudarme y empujarme cada día con sus palabras, por ver lo que yo no veía y por su amable sinceridad.
A Elena, quien siempre me da su más sincera opinión en cada libro, en cada portada y en cada cosa que le pido, gracias por estar siempre a mi lado.
Y a quienes han esperado más tiempo del necesario, siempre me he lamentado de pensar que había una maldición sobre este libro pero, al fin, ha llegado su momento.

Cuando sonrío esondo mi tristeza,
cuando muestro mi tristeza,
escondo mi desolación.





Melodía Nº 0 Infancia perdida

 Aquella mañana de 1842 llovía a cántaros. El torrente de agua caía calle abajo limpiando la suciedad acumulada del día. La gente descansaba ya en sus casas rodeados de toda la familia y cenando alegremente alrededor de un buen fuego. Sin embargo, no en todos los hogares se respiraba la misma paz. En la parte más alta de la calle y, en la zona más pobre, en el interior de una lúgubre y destartalada casa, una silla chocaba violentamente contra una ventana rompiendo los cristales en mil pedazos. Un joven muchacho se protegía con ambos brazos intentando cubrirse de los fuertes golpes que le lanzaba la mujer entre gritos.
—¡Maldito bastardo! —lanzó un jarrón agrietado que estalló contra la pared— ¡Después de lo que pasó, te atreves a decirme lo que tengo que hacer!
—No madre, solo quiero que dejes de beber —su voz se acalló cuando vio a la mujer que debería de haber sido una madre amorosa empuñando un enorme cuchillo que brillaba con la luz del fuego hogareño—. ¿Ma… madre?
—Si desapareces… todo será como debería…
Podía ver cómo temblaba aquella mano, la que sostenía la afilada arma, sabía que no era miedo ni confusión, sino que era provocado por la rabia acumulada en su interior. La mujer ya no era capaz de controlar su odio e ira con simples golpes hacia aquel hijo al que tanto odiaba, su mente estaba convencida de que si él desaparecía, ella volvería a ser feliz.
En un momento de lucidez, el muchacho miró la puerta calculando hábilmente un buen camino sin tener que enfrentarse a su madre. No quería dañarla, pues entendía que su desgracia era causada solamente por él, pero también era consciente de que debía irse o moriría.
Esperó hasta el último momento, cuando ella al fin se abalanzó hacia él alzando el cuchillo para clavarlo con toda la fuerza de su cuerpo. Logró esquivarla, porque aunque su estado físico era lamentable debido a la poca comida que ingería, era ágil como una pequeña rata. Mientras corría calle abajo, escuchaba los estrepitosos gritos de su madre, esa por la que tanto había rezado cada día y por quien deseaba ser amado. Por suerte, el fuerte sonido del aguacero que caía, acallaba las palabras haciéndolas inentendibles, y mientras, las que se juró que serían sus últimas lágrimas, se resbalaban por sus mejillas limpiando la sangre que inundaba su rostro debido a las heridas.

Ilustración del libro II. Por LuiferBlack
 Aquella noche fue larga, la más larga que recordaba. Estaba sentado junto a una vieja puerta de madera, intentando refugiarse del agua sin demasiado éxito y pensando en todo lo ocurrido. Se preguntaba muchas cosas, intentaba entender el odio que tenía su madre hacia él, pero también era consciente de que no era culpable de lo que había ocurrido hacía trece años, el día en el que llegó a un mundo oscuro y tenebroso.
—¡Muchacho! —llamó alguien su atención sacándole de sus lúgubres pensamientos— No creo que te des cuenta, pero a estas horas de la noche es peligroso andar por las calles, podrían pensar que no tramas nada bueno.
Cuando alzó la vista vio que era un hombre adulto y curtido, con profundas cicatrices que atravesaban todo su rostro y con una mirada fiera. Sin embargo, estaba demasiado agotado y hambriento para intentar huir.
—¿Quieres un trabajo? —preguntó de pronto— Necesito mozos —le tendió una mano empapada—, levanta chico, te daré de comer si trabajas y un lugar caliente alejado del agua. Me llamo Tom.
—Caleb —respondió levantándose sin tocar la mano tendida, lo cual provocó la risa del hombre.
Sin decir nada más, el tipo llamado Tom comenzó a bajar por la calle seguido de Caleb.
Tras media hora caminando por los oscuros y lúgubres callejones londinenses, llegaron a un alejado portón que atravesaron para entrar después en un viejo edificio. Allí había otros hombres, todos ellos adultos, o al menos eso le pareció a Caleb, pues sus rostros marcados por el cansancio seguramente les hacían parecer más viejos de lo que eran en realidad. Tom le dio un empujón para que acabase de entrar, llamando así la atención del resto de presentes allí, que en aquel momento disfrutaban de la bebida después de haber cenado.
—¿Qué nos has traído Tom? —uno de los hombres dio unos pasos irregulares hacia ellos mientras se repeinaba el pelo mugriento y blanco— Una pequeña rata, por lo que ven mis viejos ojos.
—Os presento a Caleb, desde hoy trabajará con nosotros —sonrió, mientras le daba una fuerte palmada en el hombro que le hizo tambalearse.

No tardaron mucho tiempo en irse a dormir, bebieron y rieron viendo al muchacho nuevo y enclenque, que les observaba desde un alejado y solitario rincón, serio como una estatua y sin mostrar ninguna emoción. A Caleb no le gustaba que se rieran de él, pero era consciente de que tendría que aguantar sus burlas mientras estuviese allí y fuera incapaz de defenderse. No había más que mirarles; sí, estaban hechos polvo, pero algunos de ellos tenían unos brazos tan gruesos y musculosos como todo su cuerpo, y él calculó que con un solo golpe le partirían más de un hueso.
Aquel era un sitio modesto. La luz que daban las velas casi se habían extinguido, y él estaba sentado junto a una de ellas curando sus heridas. Tom le había dado algunas vendas y le había dicho que debía ocuparse él solo de aquella tarea, tenía que aprender y aquello le ayudaría a convertirse antes en un hombre capaz de cuidar de sí mismo. Caleb no respondió, e incluso le habría gustado reírse de aquellas palabras estúpidas, pues al fin y al cabo siempre se había cuidado a sí mismo, desde que era tan pequeño que ni recordaba la primera vez que limpió la sangre derramada por los golpes de su madre.
Se tumbó sobre la manta que cubría el suelo, podría parecer algo estúpido, pero los ronquidos de sus nuevos compañeros le relajaban, casi se sentía acunado por ellos, aquella noche era la primera vez que se iba a dormir sin sentir temor en su cuerpo, sin tener que abrir los ojos a cada momento pensando que su madre aparecería para matarlo, aquella fue la noche más tranquila de su corta vida.
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Después de una semana de duro trabajo se sentía débil. Su cuerpo joven comenzaba a tener la forma que debía gracias a que comía más, y el esfuerzo físico que realizaba durante más de diez horas llevando cajas más grandes y pesadas que él mismo en el puerto le endurecía. Sin embargo, el que  jamás  dijera una sola palabra, se quejara o descansara cuando no debía, ocasionó que se ganase el respeto de la mayoría de hombres que trabajaban para Tom, pero siempre había quién molestaba a los demás, y Jacob parecía disfrutar especialmente con Caleb. El problema era que todos le temían a causa de los rumores que había sobre aquel hombre de descomunales proporciones. Siempre que pasaba junto al muchacho le empujaba para reír a carcajada limpia con sus tres matones detrás. Caleb no decía nada, se levantaba como si nada y volvía a ocuparse de su tarea, lo cual irritaba de sobremanera a Jacob, que gruñía molesto mientras volvía a levantar las pesadas cajas que llegaban en los barcos como si no fuesen más que prendas viejas.
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Con el paso de las semanas, la situación fue empeorando hasta que llegó un día en el que un fatal acontecimiento provocó en Caleb un nuevo sentimiento. Un domingo por la mañana, dos de los chicos encontraron a Tom muerto en extrañas circunstancias y, por lo que habían contado, debió de ser algo terrible, pues por la manera en la que había quedado el cuerpo cubierto de sangre, calculaban que había sido apuñalado repetidamente y con un cruel ensañamiento. Ninguno estaba seguro de la razón, Tom era un hombre hosco, pero de buen corazón, daba trabajo a todo el mundo sin preguntar por su pasado, y todos allí tenían terribles historias que esconder, un pasado por el cual, no lograrían trabajo en muchos sitios.
—¿Qué se supone que vamos a hacer ahora? —preguntó alguien con voz ronca y claramente preocupada.
—No tengo ni idea —escuchó Caleb—. Tom tenía acordados muchos trabajos, tal vez alguno de nosotros…
—Qué grata sorpresa compañeros —la puerta se abrió con un golpe sordo que acalló a todos—. Me alegro de que todos os encontréis aquí para escuchar las noticias.
Muchas caras le miraban con el ceño fruncido, pero nadie dijo lo que pensaba. Jacob parecía demasiado animado y las alarmas de todos saltaron con la sospecha de que él había sido el causante de todo lo ocurrido, y nadie dudó de que fuera el asesino.
—He hablado con los capitanes y desde hoy yo me ocuparé de todo —avisó anchando una macabra sonrisa—. Es una pena que hayamos perdido a Tom… —zarandeó la mano, pero su expresión de alegría no cambió— Así que espero que ninguno me falle.
A todos les quedó claro que no era una petición, su tono era mordaz y amenazante. Supieron que si alguien tenía la osadía de abandonar y marcharse, Jacob se ocuparía de que lo pagase caro, seguramente con su vida. En aquel momento Caleb estaba sentado en el suelo, cara al fuego. No sabía si el crepitar que escuchaba era provocado por las llamas o por la furia que sentía y que seguramente se vería reflejada en sus ojos. No dijo nada, porque era consciente de que Jacob le odiaba por alguna razón, pero saber que Tom estaba muerto hacía que su corazón se encogiese de manera dolorosa, nunca había sentido nada tan fuerte, tal vez, pensó, era porque Tom se había convertido en alguien especial, una especie de padre, o lo más cercano a uno que tuvo jamás.
—Desde hoy, Caleb se ocupará de nuestra comida y tareas —clavó los ojos en el muchacho, que no se movió ni un milímetro—, seguro que hace el papel de mujer mejor de lo que pensamos —terminó soltando una estrepitosa risa.
No culpó a los presentes por no decir nada, en las semanas que llevaba allí viviendo se había dado cuenta de que todos le tenían miedo, y ahora era consciente de que no era un sentimiento infundado, era un asesino a tener en cuenta y, si quería seguir viviendo, era mejor callar la boca y hacer lo que ordenase, porque las cosas se iban a poner difíciles para todos, y no tardaron mucho en descubrir hasta qué punto.

La mañana siguiente, todo volvió a la rutina, el trabajo no podía esperar a que nadie llorase la muerte de Tom, y Jacob dejó claro que quién se durmiese, despertaría con una sorpresa, así que antes del amanecer ya estaban todos en trabajando.
—¿Se ha vuelto loco…? —el viejo Colin, cuya cojera había aumentado en opinión de Caleb, miraba impresionado frente a él— Es imposible que podamos con todo esto…
—Es el doble de trabajo del que siempre hemos hecho —añadió James.
—Callad la boca —avisó Morgan antes de que Jacob les escuchase—, si queréis vivir será mejor trabajar y no hablar. Niño —llamó a Caleb, que le miró con los ojos serios—. Prepárate, porque de seguro irá a por ti más que a por nadie.
—¿Crees que no lo sé? —preguntó mascullando entre dientes y atrayendo varias miradas, pues pocas veces le escuchaban hablar— menos parloteo y más trabajo.
Fue el primero en empezar a trabajar, poco a poco todos le imitaron con cansancio. Era evidente que Jacob había acordado más contratos de los que podían abarcar, pero no había escusas, o trabajaban o lo pagarían, eso bien lo sabían. Antes del descanso para la comida, calculaban haber realizado el trabajo de casi un día normal de trabajo. Más de uno sospechó que no todos aguantarían aquel ritmo durante mucho tiempo, porque el viejo Colin ya tenía dificultades tras media jornada.
Caleb sentía las enormes gotas de sudor caerle por ambas sienes llevándose parte de la mugre con ellas, y mientras descargaban el último barco antes de poder parar para comer, se acercó para ayudar al anciano cojo, que estaba a punto de desplomarse caja en mano.
—Gracias chico… —suspiró con dificultad— si fuera más joven, no tendría tantas dificultades.
—Yo acabaré tu parte —avisó sorprendiéndole—, descansa y come, Jacob no está, no lo sabrá.
Suspiró de nuevo y le dio las gracias mientras se sentaba sin dejar de observarle, por una parte, aquel muchachillo enclenque de extraño pelo le recordaba a sí mismo en su juventud, tenía fuerza y madurez. En silencio, mientras se llenaba la boca de pan duro, le deseó tener una buena vida lejos de aquel lugar.
Tras doce horas de duro trabajo, todos entraron por la puerta hechos polvo para sentarse en sus sitios y llenar sus jarras en silencio, la presencia de Jacob les quitaba las ganas de hablar y bromear.
—Lava esto mocoso —le tiró un enorme bulto de prendas sucias y sudadas que pesaba varios kilos—, después vete al mercado a comprar para la cena.
«Algún día lo pagarás bastardo…» Se juró mentalmente Caleb mientras le lanzaba una mirada furiosa para después salir al patio, más le valía realizar su tarea.
Aquel primer día con Jacob como el nuevo jefe, Caleb decidió que trabajaría con más ahínco, pues de aquella manera y con el tiempo, lograría tener la misma fuerza que él. Las penurias vividas merecerían la pena si al final lograba vengar la muerte de Tom y su sufrimiento.

El resto de hombres, cuando Jacob no estaba por el lugar, ayudaban a Caleb con sus tareas, y Jerry, un muchacho de unos veinte años solía enseñarle a leer y escribir. Sentirse tan arropado por ellos provocaba de nuevo sentimientos renovadores que no lograba comprender del todo. No estaba acostumbrado a que la gente se preocupase por él. Así pasaron los primeros años, durante los cuales, tres de los hombres enfermaron y acabaron muriendo, entre ellos el viejo Colin. Los tres estaban entre las personas que más edad contaban, después desapareció Morgan, un hombre robusto que había decidido dejarlo y escapar una noche de tormenta, su cuerpo fue descubierto en una de las calles que le habrían sacado de la ciudad, y no tuvieron que pensar demasiado en lo sucedido, Jacob se había cobrado en sangre su venganza, tal y como ya les avisó.

La dictadura de Jacob continuaba cuando Caleb ya tenía dieciséis años, se estaba convirtiendo en un joven fornido y llamativo que ya era conocido entre todas las mujeres de la ciudad, hablaban de él en el mercado, y cuando pasaba rodeado del resto, las más jóvenes cuchicheaban llenas de una nueva excitación.
—¡Cielos! —exclamó Jerry junto a él— ¿Quién nos iba a decir que nuestro joven muchacho robaría tantos corazones? —dejó escapar una sonora e irritante risa que produjo una afilada mirada por parte de Caleb, que caminaba a su lado.
—No digas tonterías.
—Vamos, vamos… Cualquiera de nosotros desearía que esas muchachitas —señaló a tres jóvenes que les observaban y que se sonrojaron al darse cuenta de que Caleb las miraba siguiendo la dirección del dedo de Jerry—, suspirasen así al vernos pasar. ¡Con una mirada puedes hacer que se desmayen!
—No me interesan esas tonterías —su respuesta rotunda provocó varias risas en el pequeño grupo, no esperaban menos de él, pues ya le conocían lo suficiente como para saber sus respuestas.
—Pues tendremos que cambiar eso algún día.
—Olvídalo.
Muchas noches, antes de quedarse dormido en una de las oscuras esquinas del edificio en el que vivían, Caleb pensaba en Tom. Recordarle era como un tributo hacia el hombre que le salvó la vida, y por muchos años que pasasen, cada día su odio hacia Jacob, y la sangre que hacía correr entre todos ellos, aumentaba. Él también quería ser fuerte, aquella era una de las razones por las que trabajaba tan duro y sin tan siquiera quejarse. Sabía que el esfuerzo físico que estaba llevando a cabo al final tendría su recompensa, pero lo complicado era mantenerse lejos de aquel hombre bestial el tiempo suficiente como para poder acabar con él. Intentaba no irritarle, no contestarle y no mirarle, desde luego era complicado... tanta furia e ira retenidas le oscurecían la mente.
—Oye Caleb —Jerry le llamó una mañana que Jacob no andaba por el puerto—. Alguno de los chicos y yo hemos estado hablando...
—¿Y? —preguntó sin dejar a un lado su tarea.
—Hemos pensado en intentar escapar...
—¿Sabes lo que pasó la última vez? —le cortó.
—Qué quieres que te diga... la mayoría se han dado por vencidos y prefieren intentar huir, aunque eso suponga la muerte.
Caleb bajó la vista pensativo, en el fondo tenían razón, pero era arriesgado, muy arriesgado... ¿Qué hacer? Él también quería dejar todo aquello, pero también quería vengarse, quería matar a Jacob tal y como él mataba a todo el que iba en su contra.
—Por como hablas —dijo al fin—, me das a entender que ya tenéis un plan.
—Sí, hemos pensado en algo. ¿Te apuntas?
—Cuéntame los detalles más tarde —pidió al ver a uno de los perros de Jacob acercarse a ellos para ver qué hacían—. Ahora es peligroso...
Por la noche se esmeraron en que tanto Jacob como sus subordinados bebiesen más de la cuenta. Y la escusa no fue difícil, ya que aquél día habían acabado un trabajo que reportaría unos beneficios increíbles, pero por supuesto, solo a uno de ellos.
Escuchándose solamente los ronquidos de tres hombres y el crepitar de un potente fuego, un grupo pequeño de hombres se reunió en la esquina más apartada y escondida del lugar mientras el resto vigilaba a quien representaba todas y cada una de sus pesadillas. Caleb se encontraba de cuclillas junto a Jerry, Phil y Martin, artífices del plan y «pequeña revolución» que podría salvarles la vida a todos ellos.
—El viernes por la noche quemaremos este sitio hasta los cimientos... —el susurro era tan bajo que Caleb tuvo que pegarse a Phil para entender lo que decía— Con el fuego rodeándolos, se preocuparán más de salvar sus sucios y mugrientos culos que de nosotros.
—Correremos en todas direcciones por la ciudad, una vez nos alejemos de aquí estaremos solos, cada uno tendrá que preocuparse de sí mismo. Pero mientras el fuego engulla todo esto tendremos que asegurarnos de que todos puedan salir —añadió Jerry.
«Fuego...» Caleb se preguntó cómo no se le había ocurrido a nadie antes. No era un mal plan, aquel lugar podrido ardería maravillosamente bien, y desde luego que Jacob y sus esbirros se preocuparían más de salvar sus pellejos que de comprobar que se escapaban. Seguramente al verles correr, su primer pensamiento sería que iban a por agua, pero nada más lejos de la realidad.
Era un buen plan, y aunque tenía lagunas, era su única opción, por supuesto que podían salir muchas cosas mal, pero si tenían un ojo sobre los demás, seguramente todos saldrían ilesos.
—¿Contamos contigo Caleb? —sonrió Jerry.
—Sí.
Por su propia seguridad, decidieron no contar a todos el plan hasta el último momento, pues había algunos miembros demasiado temerosos que seguramente no tendrían la boca cerrada, se acabarían chivando condenando a todos a una muerte segura, o bien acabaría notandose en sus caras, lo que llamaría la atención de Jacob.
Durante los dos días siguientes fueron preparando algunas cosas, como paños manchados de aceite y otras sustancias que ayudarían a que el fuego se extendiera con mayor rapidez y eficacia. Caleb le dio muchas vueltas a todo lo que podría salir mal, pero al final solo llegaba a la conclusión de que la propia suerte sería la única que decidiera el destino de todo y de todos.
—Por fin es el día —cuchicheó Martin cerca de Caleb—. ¿Cuándo avisaremos a todos los demás?
—Tenemos que esperar hasta que Jacob y los dos idiotas estén borrachos —la respuesta de Phil fue fría y tajante, sin dar cola a discutir aquella idea.
Caleb no estaba muy seguro de que esperar justo al momento antes de encender el fuego fuera algo correcto, gritarles por sorpresa que saliesen corriendo podría dejarles un poco shokeados y en blanco. Decidió que hablaría con Jerry sobre aquello, al menos para quedarse lo suficiente allí como para dar un empujón a los rezagados. Por suerte, ninguno de ellos tenía nada que llevarse a cuestas, solo la ropa que vestían. Jacob no les pagaba, para él era suficiente darles un plato de comida, un techo y una buena amenaza.
«No somos más que esclavos», pensaba siempre Caleb. ¿Podrían haber acudido a la policía? Claro que sí, y habrían muerto también... las garras de Jacob se extendían más allá de sus tres esbirros, y con el dinero que había amansado a costa de quedarse con el salario de todos ellos, era capaz de contratar a un buen grupo de matones que impecablemente les habrían matado incluso con Jacob entre rejas. Era tremendamente vengativo, hasta el punto de que cruzaría todo el país solo para acabar con uno de ellos.
La tarde pasó más lenta que de costumbre, y aunque el trabajo en el puerto no les dejaba ni un minuto para sentarse... los nervios que sentían sus cuerpos ralentizaban los minutos de forma tortuosa. Caleb soltó varios suspiros en un intento de eliminar junto al aire que expulsaba, los nervios que le apretaban la garganta hasta hacerle sentir molestia.
Jacob estaba de buen humor ya al anochecer, acababa de recibir una gigantesca bolsa llena de monedas que le había alegrado enormemente, así que sin perder tiempo le lanzó un puñado a Caleb ordenándole como cada sábado, ir a la taberna a comparar un buen barril y algo más para celebrar la buena semana. Gruñó a Jerry para que le acompañase, pues él solo tardaría demasiado en llegar a la casa.
—Es genial —casi gritó subiendo calle arriba, en dirección a la taberna favorita de Jacob—, no ha especificado nada aparte del barril de cerveza, podemos ingeniárnoslas para coger algo fuerte.
—No demasiado —murmuró Caleb aumentando el paso y llamando la atención de su compañero—, si nos alejamos demasiado de la rutina, Jacob sospechará.
—...Tienes razón —pareció darse cuenta repentinamente—, es más listo de lo que pensamos. Pero puede que... ¡Ven Caleb!
Sin decir lo que le pasaba por la cabeza, agarró a Caleb y lo arrastró por uno de los callejones. A aquellas horas todas las calles estaban a rebosar, pero serpenteando a toda prisa de un extremo a otro, llegaron a una calle sin salida, donde solo había un puñado de puertas destartaladas y ni un solo alma vagando. Estaba oscuro y la humedad olía mal, como si algo se estuviese pudriendo de forma alarmante.
—Esto apesta... —gruñó Caleb tapándose con la manga de la camisa raída—. ¿Dónde diablos estamos?
—Aquí hay una vieja que hace ungüentos. Hace tiempo escuché a unos tipos hablar de ella, puede preparar lo que sea.
—¿Veneno? —enarcó ambas cejas.
—No vamos a envenenar a Jacob, aunque una vez vine a hablar con esta mujer pensando seriamente en matarlo de esa manera —rio Jerry—, pero ya sabes que desde hace un par de años te hace probar todo antes de metérselo a la boca, no se fía de nosotros.
—Tiene razones para no hacerlo. ¿Entonces qué buscamos? —se interesó sabiendo que antes pasaría por él.
—Algo que afecte a sus sentidos y que ayude a que el alcohol le afecte más.
Mientras Jerry hablaba, Caleb pensaba con una sana envidia en lo inteligente que era. Gracias a él podía leer, mal y con mucho esfuerzo, pero conocía la mayoría de letras y no le parecían símbolos sin sentido. No entendía como Jerry, con su inteligencia y astucia había acabado de aquella manera, con sus dotes habría podido lograr conseguir cualquier cosa que se hubiera propuesto.
—...En definitiva, que de un sorbo no te haga absolutamente nada —acabó sonriendo y golpeando con fuerza la puerta cuya madera estaba peligrosamente hinchada.
Automáticamente se escucharon unos pasos fuertes e irregulares acercándose, abrió de golpe y la anciana les observó hasta que reconoció la inocente cara de Jerry.
Era... ¿repugnante? Sí. Caleb la miraba con la nariz arrugada. Su pelo parecía una escoba tiesa y vieja, largo hasta la ancha cintura y de color grisáceo. Los surcos de su cara se caían creando pliegues cerca de la mandíbula, y tenía barba... no tanta como un hombre, pero diferenciaba perfectamente los pelos que salían disparados en todas direcciones de las verrugas. Sus uñas eran terribles, largas, afiladas y tan negras que de haberle rozado levemente, creyó que le causaría una infección mortal.
—¿Ya te has decidido, muchacho?
Caleb se quedó perplejo... ¿Cómo un ser de aspecto tan infernal poseía una voz tan angelical? Sus palabras parecían volar suavemente, su tono femenino habría atraído a cualquiera, y allí estaba ella, que parecía sacada de una pesadilla. Una verdadera sirena, como las de los cuentos que Jerry le había contado.
—Más o menos... Queríamos algo diferente a lo que hablamos la última vez.
—Entrad —se apartó dejando sitio para ambos.
—Tenemos un poco de prisa. Si tardamos demasiado se va a enfadar.
La anciana tampoco parecía estar muy dispuesta a desaprovechar su preciado tiempo en ellos, era tarde y sus huesos pedían dolorosamente que se fuera a la cama cuanto antes. Así que entraron sin alejarse demasiado de la puerta y Jerry comenzó a hablar explicando exactamente lo que necesitaban, por supuesto, sin obviar que antes lo probaría Caleb.
—No será difícil, creo que un somnífero es lo que necesitáis —se acercó a una polvorienta balda llena de telarañas para agarrar un sucio frasco—. No deja sabor, y mezclado con una buena cantidad de bebida, tendrá un efecto fuerte que debería dejarle completamente fuera de vuestro camino.
—Perfecto.
Jerry agarró el frasco guardándolo en el pantalón y pagó a la mujer con unas monedas que llevaba escondiendo meses. Sin necesidad de hablar más se despidieron de la anciana para salir corriendo hacia la taberna llenos de una emoción nueva recorriendo sus cuerpos. Compraron la cerveza favorita de Jacob y aparte unas botellas con diferentes licores que el propietario supo, le gustarían.
—Oye Caleb —le llamó cuando apenas quedaban unos metros para llegar a la puerta de la casa—. Cuando nos separemos, no quiero que dejes de practicar la lectura y la escritura.
Le miró sorprendido y se encontró una sonrisa. Jerry había sido como un hermano, y Tom como un padre. Pensar que en unas horas seguramente se separarían para siempre le angustiaba un poco. En aquel momento quiso decirle muchas cosas y agradecerle todo lo que había hecho por él, pero era complicado... era tan endiabladamente complicado expresar sus sentimientos, que no pudo. Sin embargo, Jerry ya lo sabía, lo pudo ver en sus brillantes ojos negros llenos de admiración por él.
—¡Te aseguro que en unos años te buscaré, y si no sabes leer perfectamente, te daré una tunda que te postrará en cama una semana! —le revolvió el pelo entre carcajadas.
—Idiota, para entonces seré yo el que te la de a ti.
                                                                          ♫♫♫
A una calle de distancia abrieron las botellas de licores que el tabernero les había vendido e introdujeron el líquido que la vieja les había dado. Sabían perfectamente que ninguno de los chicos podría disfrutar de aquellas bebidas, a ellos solo les daría un par de jarras de cerveza del barril, por lo que usarlo allí causaría efecto en todos... y aunque para Jacob, el tener que refrescarles el gaznate con la cerveza ya era algo demasiado generoso, no podían arriesgarse.
Nada más entrar por la puerta, vieron nuevas caras de consternación, lo que les indicó al instante, que algunos de los que no sabían nada ya estaban avisados, aunque era evidente que todavía no todos eran conscientes de lo que estaba a punto de avecinarse. Apremiados por los gritos y gruñidos de Jacob, dejaron el barril a su lado. Les gritó brevemente por la tardanza y terminó de engullir el enorme trozo de grasiento cerdo asado que tenía en la mano. Con un golpe y sin tragar lo que masticaba, estiró la mano golpeando a Caleb; en ella sostenía una jarra de cerveza enroñecida para que bebiera. Dio un sorbo dejando escuchar el largo trago que daba para eliminar cualquier sospecha, después le dio un sorbo a dos de las botellas de licor, esta vez el trago fue pequeño y disimulado, llegando casi a mojarse los labios solamente. Aliviado tras la «prueba del veneno», les mandó al rincón donde ya cenaban las sobras el resto de sus compañeros mientras él y los dos esbirros, comenzaban a tragar de forma alocada e insaciable.

No pasó mucho tiempo hasta que los efectos de la droga comenzaron a surgir. El sueño les cerraba levemente los ojos, parecían más bebidos que de costumbre y la pereza ya les complicaba los movimientos bruscos. Jerry asintió mirando a Caleb y después le dio un suave golpecito a Phil para que se pusiera en marcha. Con la ayuda de los pocos que sabían lo que iba a ocurrir, se escurrió disimuladamente hasta la habitación en la que dormían todos apiñados, recogió un bulto que Martin había escondido bajo unas tablas viejas y lo llevó hacia la sala principal, donde lo dejó caer entre los presentes. Allí, todos observaban los sucios paños ennegrecidos con diferentes grasas inflamables, y es que trabajar en el puerto tenía sus ventajas, allí había demasiadas porquerías que nadie echaría en falta.
—Estáis... ¿seguros de esto? —preguntó uno de los hombres que hacía poco conocía el plan. Era evidente que estaba aterrado.
—Sí, tranquilo —sonrió Jerry con confianza—, hemos repasado el plan una y otra vez. Vosotros solo tenéis que preocuparos por correr sin mirar atrás.
Se escucharon un par de suspiros que intentaban mantener los terribles nervios a raya, pero era muy difícil sabiendo lo que les pasaría si Jacob les pillaba... y desde luego aquello no se pagaría con unas cuantas cuchilladas. Iría más allá, mucho más allá...
—Preparaos... —murmuró Phil agarrando un par de trapos grasientos— Voy a empezar a prender todo.
En menos de un minuto, el infierno pareció teletransportárse hasta aquel edificio destartalado. El humo, el crepitar, el olor y el calor apagaron los sentidos de muchos de ellos. Y es que no habían podido calcular bien, y el fuego se estaba extendiendo mucho más rápido de lo que predijeron en sus planes. Se escucharon gritos de sorpresa por parte de los que aún no sabían nada. La confusión que sentían provocaba que no supiesen qué hacer, Caleb y Jerry avisaron a todos ellos justo a tiempo, mandándolos fuera y ordenándoles que huyeran de inmediato para salvar sus vidas, no solo del fuego, también de la posible ira de Jacob.
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Era complicado moverse por aquel infierno, pero Caleb necesitaba asegurarse de que no quedaba nadie allí salvo el enemigo del que intentaban librarse. Mientras en las paredes bailaban con fuerza las siluetas de las llamas y Jerry le gritaba desde la puerta, Caleb observó una sombra que intentaba llegar a ellos. Le reconoció al instante, era Phil intentando no quemarse.
—¡Corre Phil! —gritó Jerry al percatarse también.
—Mierda, no encontraba la salida con tanto humo... —tosió al llegar a ellos.
—¡Vamos maldita sea! —apremió Caleb— ¡Solo quedamos nosotros!
Jerry ya estaba en el exterior, Caleb tenía un pie fuera y Phil se quedó paralizado de terror al sentir un agarre en el hombro que cerca estuvo de partirle un hueso. Giró la cabeza y se encontró con la cara quemada de Jacob, que con solo un ojo ardía más de ira que a causa del fuego.
—Bastardos... —masculló cayéndole sangre por la comisura de los labios— No dejaré que os salgáis con la vuestra.
Phil quería gritar, pero se le había cerrado la garganta por completo. En un acto reflejo lleno de egoísmo se agarró al brazo de Caleb impidiéndole salir corriendo y poniéndole en un peligro demasiado alto.
—Caleb... —logró hablar al fin— Todo fue idea de Caleb...
«¡No!», pensó automáticamente. ¿Por qué mentía de aquella manera? Todo había sido idea suya, Phil fue quien ideó todo y Jerry le ayudó a atar cabos sueltos. Él solamente se había preocupado en que todos pudieran salir vivos de la casa, de que pudieran huir de las llamas...
—Maldita rata inmunda... sabía que darías problemas —clavó su único ojo sano en él—. Tendría que haberte matado cuando me quité a Tom de en medio.
—¿Qué haces Phil? —la voz de Jerry vibraba con fuerza— ¡Suéltalo, lo que dices no es verdad y lo sabes
En respuesta a las palabras desesperadas de Jerry, Phil tiró de Caleb metiéndolo por completo en la casa y lanzándole contra Jacob, que agradecido por la nueva presa le soltó para dejarle salir corriendo como lo que era, un cobarde sin sentimientos de culpa.
—Voy a darte... la peor de las muertes, mocoso.
Durante un segundo Caleb miró a Jerry. Quería que se fuera de allí de inmediato, porque en cuanto acabase con él le mataría sin miramientos, pero lejos de actuar de aquella manera siguió a los dos dentro, sintiéndose abrazado por las fuertes llamas. Le llamó por su nombre gritando al ser incapaz de ver nada más que un potente color naranja. Y mientras escuchaba aquella llamada desesperada por parte de Jerry, alrededor del cuello de Caleb se enlazaban dos manos grandes y callosas.
—Ahora mismo... —gruñó— sería capaz de arrancarte esa cara a mordiscos, pero tengo algo mejor que eso.
Pasando a agarrarle del cuello con una sola mano, se llevó la otra a la parte trasera del pantalón, de donde sacó un cuchillo de hoja negra y descuidada, con bordes irregulares y completamente oxidada.
—Haré que desees arder en el fuego lentamente, porque pienso arrancarte la piel a tiras para después, tragarme tus jodidos ojos.
Con la punta del arma a escasos cuatro centímetros de la cara, Caleb estaba seguro de que la muerte al fin había logrado alcanzarle después de tantos intentos. Una parte de su corazón pareció susurrar tímidamente: «Al fin...». Pero su orgullo quería vencer por encima de cualquier otro sentimiento, porque aquel monstruoso hombre había matado a Tom, había arrebatado la vida de la persona que le dio a conocer lo que era ser aceptado e importante para alguien.
Una mano firme se agarró con más fuerza de la que jamás tuvo al grasiento pelo oscuro de Jacob para tirar todo lo que pudo hasta tumbarlo en el suelo entre jadeos y gruñidos de dolor. La cara de Jerry apareció justo a tiempo para gritarle a Caleb que corriese. Estaba preocupado, asustado y desesperado. Al ver que el joven muchacho no reaccionaba, le cogió de la pechera para levantarlo y empujarlo justo cuando Jacob le golpeaba tirándolo a él de bruces al suelo.
—¡Todo está bien Caleb! —le dijo sabiendo que jamás se iría sin él— ¡Es lo que quiero, vive!
Aún habiéndose jurado que no volvería a derramar una lágrima después de lo que su madre le hizo, en aquel momento su visión se emborronó y no fue a causa del fuerte humo... Veía perfectamente la cara de Jerry, con aquella sonrisa tranquila que le decía lo convencido que estaba de su decisión. Para él merecía la pena morir para que Caleb pudiera seguir viviendo.
—¡Ahora tienes que honrar lo que doy por ti! —gritó agarrando a Jacob, que tenía la intención de lanzarse en busca de Caleb— ¡Busca la felicidad!
Los gritos de ánimo y cariño desaparecieron para dar paso a alaridos de dolor que jamás desaparecerían de su cabeza. Jerry comenzó a arder, pero se aferró con mayor fuerza a Jacob, que pataleaba intentando soltarse para salir vivo de aquello y poder encargarse de Caleb. Poco a poco, lentamente... Jerry fue desapareciendo devorado por las llamas para no volver jamás. Caleb volvía a estar solo y, aunque Jacob también había muerto, le había quitado mucho más de lo que le habría gustado admitir. Su saliva se mezclaba con un asqueroso sabor de amargura... sí, la mala suerte existía y parecía haber encontrado un agradable lugar en el que acurrucarse dentro de él.
—Maldito Phil... —susurró mirando el edificio en ruinas del que ya por la mañana salía una espesa capa de humo— Pagarás lo que has hecho.
Sabía que había actuado a la desesperada, pero si hubiera esperado un poco, los tres podrían haber salido con vida de aquello. Ni siquiera les dio un minuto para pensar en algo, solo quiso salvar su vida a costa de la de otros... así eran los seres humanos, así de horribles y repugnantes. No volvería a confiar en ninguno de ellos jamás.




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